jueves, 29 de marzo de 2018

La estación de la nocilla en estado líquido

Dar la bienvenida oficial a la primavera iba a ser mucho cartucho teniendo en cuenta que la meteorología de los últimos días de dedica, mayormente, a jugar al despiste y a intentar quedarse con el personal haciendo que ni el tato tenga la más mínima idea de qué ropa ponerse cada mañana. Te vistas como te vistas sólo hay dos cosas garantizadas:

-Que vas a pasar calor y frío (sí, las dos cosas) en algún momento del día. SE-GU-RO
-Que vas a parecer un sherpa cargado con prendas de abrigo y para la lluvia que pensabas que ibas a utilizar durante tu laaarga jornada fuera de casa y que luego, ¡oh sorpresa!, has usado cinco minutos o no te han servido absolutamente para nada.

Así las cosas, no podemos cantar victoria con esto de la primavera, pero es innegable que algo ha cambiado. Y es que hoy he abierto mi armario de la cocina en busca de cereales, he movido sin querer el bote de nocilla y he podido apreciar que... ¡estaba en estado líquido! Sí, queridos lectores, como os lo cuento. Tenía textura de crema, vamos, la textura que se supone que tiene que tener ese producto en concreto y que en mi superguarida no tiene durante más de la mitad del año. Los pingüinos con los que convivo pueden confirmar que en mis dominios la nocilla se corta con cuchillo y se come a daditos. Por suerte o por desgracia, es marca de la casa.

Por eso comprobar que ya han llegado los meses en los que mi crema de cacao se puede extender sobre pan es una gran noticia porque significa que se avecinan cambios igual de molones o más. El primero de ellos que voy a poder salir, por fin, de la cama.

Y es que, el truco para convivir con pingüinos y que la cosa sea medio llevadera para alguien que no es vecino de Papa Noel ni procede del Polo Norte es pasarse la vida debajo del edredón. Así que, como desde que mi tele hizo su declaración unilateral de independencia tampoco tengo muchas razones para estar en mi salón, este invierno lo he pasado básicamente en mi dormitorio. y más en concreto en la cama, donde estaba cómoda, calentita y (casi) protegida de la crueldad del mundo. Allí he leído, allí he organizado mi agenda, allí he ordenado la mochila del gimnasio, allí he escrito, allí he naufragado en Internet hasta las mil y, no os voy a engañar, allí incluso he llegado a comer algún tentempié en días especialmente fríos en los que prefería guarrear que morir congelada en la cocina.

La cosa era tan grave que en algún momento me he recordado a mí misma a Edgardo, (el de Eloísa esta debajo de un Almendro) que después de un desengaño amoroso juró que se iría a la cama para no levantarse más... y allí se quedó los siguientes 40 años. La diferencia está, claro, en que él tenía una cama con ruedas y unos mayordomos fieles que le hacían compañía y le llevaban de viaje por los mejores trayectos ferroviarios de España... Pero bueno, oye, no se puede tener todo.



El caso es que ha empezado oficialmente la temporada de nocilla en estado líquido y hoy, por primera vez desde hace meses, he estado más de una hora en mi casa y fuera de la cama. ¡FUERA! De hecho, estoy en condiciones de afirmar que escribo esto sentada a la mesa de mi salón. En una silla. U-NA-SI-LLA. No recordaba ni la sensación. ¿Creéis que cuando me levante me dolerá el culo en plan agujetas por falta de costumbre?

Yo apuesto a que sí.

Seguiremos informando. ;P

viernes, 23 de marzo de 2018

Tiene bemoles

Bueno, queridos lectores, preparad el diván que hoy toca sesión de psicoanálisis. Ya lo siento, compañeros, se viene tochaco rollaco. Pero como soy UNA SANTA, ya veis que os aviso desde el principio para que podáis saltaros esta entrada desde la tercera línea y sin ningún tipo de cargo que conciencia. Vamos allá.

Tiene bemoles que ande diciendo yo esto a mis años, pero estoy más perdida que un pulpo en un garaje. De verdad os lo digo. No sé qué hacer con mi vida. Que a la mayoría de la gente esto le pasa en la adolescencia cuando se está descubriendo a sí misma o en el momento de elegir sus estudios o su carrera profesional pero a mí me viene la crisis ahora que ya estoy crecidita porque sí, porque yo lo valgo, como las usuarias de L'Oreal.

Bueno, en realidad no. Yo ya tuve mi crisis, que me duró lo mío, además. Investigué arduamente, me conocí a mí misma (más o menos, porque sigo sin tener muy claras algunas cosas) y decidí a qué quería dedicar mi vida. Estaba la cosa chunga, pero me rompí los cuernos durante años y lo conseguí. O casi. En realidad era una versión bastante light de lo que me habría gustado de verdad, pero dicen que la madurez son renuncias, así que acepté pulpo como animal de compañía.

Y estuve unos años luchando para conservar ese sueño en formato de baja resolución hasta que llegó un momento en que dejó de merecerme la pena. Ya había llegado a lo alto de la montaña, las vistas no eran pa'tanto como me había imaginado, allí hacía un frío que pelaba y quedarse arriba exigía un nivel de sacrificio que, chico, a mi edad, ya no me compensaba. Ya lo decía Kipling con mucho más arte que yo: "Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo". Así que decidí que como gracia ya había valido y tiré para abajo.

Pensaba que encontraría la paz del guerrero, en plan "quien hace lo que puede no está obligado a más", que cambiaría de foco y encontraría prados más verdes en los que pasear sin el dramatismo perpetuo de la lucha a muerte. La cosa es que he estado tanto tiempo dejándome la piel para trepar hasta la cima que no me había dado cuenta de que tengo poco más aparte de eso, de la batalla. Mío, mío, digo. No que te pille en medio de casualidad, no que te venga de serie. MÍO.

Ya sé, ya lo sé, no se entiende un mierdo. No soy capaz de explicarlo mejor. Pero vamos, la cosa viene a ser que no me encuentro. Como a los 15 años, pero sabiendo un poco quién soy y con unas cuantas décadas más de experiencia, para lo bueno y para lo malo. Con una horrible sensación de haber estado mirando a las musarañas y de llegar a estas alturas del partido con los deberes sin hacer. Y lo que es peor, de no saber cómo recuperar el tiempo perdido porque no tengo ni repajolera idea de para donde tirar. ¿Sabéis cuando no has pegado ni chapa para una examen tocho, llega el día anterior, te quieres mirar algo y abres al tuntún los apuntes por cualquier hoja porque no tienes claro ni lo que merecería algo de prioridad? Pues un poco eso, pero a nivel vital.

Que no hago más que pensar y pensar y no se me ocurre qué puedo hacer con mi vida. Así estamos a estas alturas de la película.

Es que tiene bemoles...

martes, 20 de marzo de 2018

Estar ahí

Por razones relacionadas con mi curro, he tenido que seguir bastante por redes el talent show que más lo está petando ahora mismo. No he visto nada por la tele, pero twitter y youtube hoy en día son casi más tv que la tv misma, así que tengo bastante claro casi todo lo que ha pasado y conozco más o menos a la mayoría de los concursantes. A unos más que a otros, pero yo creo que podría aprobar un test facilillo que me pusieran sobre el asunto.

La cosa es que el programa ha sido un exitazo de audiencia y claro, ahora los participantes están de moda y les va estupendamente. Tienen miles de seguidores y les llueven las ofertas de trabajo. Muchísimo más de lo que nadie habría esperado cuando comenzó el formato. Que les ha tocado la lotería laboral, vaya. El Gordo de Navidad, el Euromillones y el Cuponazo juntos, tirando por lo bajo.

Y yo no podía evitar pensar que menudo golpe de suerte para ellos formar parte juuuuusto de esta edición que, después de un porrón de años en los que ni fu ni fá o incluso muy muy fá, vuelve a renacer. Qué menuda fortuna estar juuuuusto en el lugar y en el momento donde ocurre el milagro. Y bueno, sí, la suerte desde luego cuenta, eso es INNEGABLE. Pero también es cierto que para que la suerte te toque con su varita mágica hay que estar ahí.

Quiero decir... que los concursantes son chavalillos que pese a su juventud se lo han currado a tope. Casi todos se han formado ampliamente en su campo y tienen el culo pelao de presentarse a castings, programas y buscarse sus bolillos. Bastantes han participado, incluso, en otros concursos televisivos donde no les fue tan bien y pese a ser unos renacuajos no dejaron que eso les desanimara y les apartara de su camino. Cuando leía cosas sobre algunos ellos no podía evitar mirar de reojo inquisitivamente a mi yo interior y preguntarle:

-¿Te habrías presentado tú a un casting de 10.000 personas o te habrías dado por vencida antes de empezar porque había demasiada competencia?

-¿Habrías aguantado la presión o te habrías convertido, como tantas veces, en tu mayor enemiga?

-¿Te habrías abierto para que la gente te conociera (y, por tanto, arriesgándote a que te hicieran daño) o te habrías escondido detrás de un muro de protección que te aleja de todo el mundo?

-Y si te hubiera pasado algo tan bueno de repente, ¿podrías manejarlo? ¿Serías capaz de digerir las críticas que inevitablemente van siempre ligadas a la fama? Y lo que es más importante, ¿sabrías gestionar los elogios, falsos y verdaderos? Porque un tonto nunca se repone de un éxito...

Creo que algunos de los 10.000 aspirantes que estaban en esa misma fila para ese mismo programa, con un talento parecido o igual al de los concursantes que al final entraron, podrían haber hecho todo esto. Sin embargo no los escogieron, se quedaron fuera. Porque SÍ, la suerte cuenta. INNEGABLEMENTE. Pero otros de los de la fila habrían fallado en alguno de los puntos de arriba. Y muchos ni siquiera llegaron a ponerse a la cola. Y el primer requisito para que te toque la suerte con su varita mágica es estar allí.

¿Yo habría estado?

lunes, 12 de marzo de 2018

Que dice Serrat que ánimo con el lunes

Tengo pendientes varias entradas, pero mi teclado huelguista me lo está poniendo difícil. Mientras encuentro una solución (ya estamos trabajando en ello, que diría el Gobierno) voy a dejar una canción por aquí para afrontar el comienzo de la semana, que también me hace buena falta porque tengo tantas ganas de volver a currar como de que me metan palillos bajo las uñas. Así que escuchemos a Serrat, que canta cosas muy sabias...

 

 ¡Y a por este lunes del averno!


 ¡¡VAMOOOOOSSSS!!

jueves, 8 de marzo de 2018

En huelga

Nunca hablo de política por aquí porque no es el momento ni el lugar. Pero hoy quiero decir que estoy en huelga.

He preferido leer lo menos posible, porque como todo en esta vida, claro que este tema también está utilizado políticamente. Y por supuesto que no estoy de acuerdo con determinados planteamientos que se quieren ligar con el movimiento feminista y que poco tienen que ver con él. Y sí, habría preferido que también estuvieran llamados a la huelga los hombres, porque no podemos pretender acabar con el machismo sin contar con la mitad de la población mundial.

Pero a estas alturas del siglo XXI siguen pasado cosas que no deberían pasar. En el trabajo, en el ámbito doméstico, en los medios audiovisuales, en los espacios de ocio. Todos, ellos y  nosotras, tenemos el machismo ancestral incrustado en el cerebro, heredado de la educación de generaciones, generaciones y generaciones y hay que conseguir arrancarlo como sea. Si tengo que hacer una huelga (que yo quizá habría planteado de otra manera) para intentar que TODOS nos concienciemos de que hay que decir BASTA, pues la haré. Porque, por suerte, yo me lo puedo permitir, no como otras personas menos afortunadas en este y otros lugares del mundo. Así que sí, como dice Luz Sánchez-Mellado en El País, en huelga por mi y por todas mis compañeras. Y por mi primera.







sábado, 3 de marzo de 2018

Vaciar el bolso

(*Mi teclado ha pasado sin previo aviso de los paros parciales a la huelga indefinida y, como aún no me ha dado tiempo a buscar una solución, en los tres últimos párrafos de este maldito texto las letras huelguistas están copiadas y pegadas a mano. No sabéis cuántas millones de "n", "m", "u", "h" y "j" puede llegar a tener el idioma español. ¡La virgen de las patas arrastrás! Espero que valoréis esta entrada como se merece, porque madre mía, qué horror)

Yo mi superguarida la piso poco tirando a nada. Esto de salvar al mundo tiene unos horarios de locura, así que la única manera de aprovechar un poquiiiiiiiito el día y hacer algo que no sea sólo currar es no volver a comer a casa. Ni a descansar. Ni a cambiarme de ropa. Ni a hacer absolutamente nada que no sea estar con el ordenador hasta las mil y dormir las escasas horas de noche que quedan después de eso.

La traducción rápida de esto es que salgo cada mañana de mi superguarida tan cargada que parezco un caracol con la casa a cuestas. Llevo un maxi-bolso más bien tirando a maleta llenísimo hasta los topes de todo lo que os podáis imaginar al más puro estilo Mary Poppins. No saco de ahí una lámpara de pie pero poco me falta. Dadme tiempo.

En mi gigantesco saco portátil (un término más cercano a la realidad que bolso) llevo la cartera, con miles de tarjetas incluida la del médico, porque me paso el día de la ceca a la meca y el riesgo de que me atropelle un coche o me caiga una teja en la cabeza es moderado tirando a alto. Llevo la agenda (imprescindible dado que mis neuronas mueren a pasos agigantados y no puedo fiarme de mi memoria para nada). Llevo tantos manojos de llaves (SpeedyPadres, curro, superguarida, coche...) que parezco la alumna aventajada de San Pedro. Llevo mi móvil y el busca de emergencias superheroicas. Las gafas de sol. La comida, para no alimentarme siempre de mierdillas hiperprocesadas que me peten las arterias en dos días. Cepillo de dientes. El gorro. Los guantes. Un libro (no tengo casi tiempo para leer, si me encuentro de repente con un rato libre por lo menos que me pille con unas buenas páginas a las que atacar). Material para emergencias rojas femeninas que es imposible saber cuándo van a aparecer porque mi regla es de todo menos puntual. Tiritas, porque...  bueno, porque básicamente me ponga lo que me ponga en los pies a las dos horas ya tengo algún bullullu turbio organizado en esa zona. Podría seguir, pero ya os hacéis una idea. Llevo un bolso gigante a petar de cosas que, en un momento u otro, siempre necesito durante el día.

Lo realmente dramático de esto no es que se me esté alargando el brazo derecho más que a mi tía ElasticGirl Increíble de todo el peso que llevo. La clave del drama es el término "a petar". Lo meto todo a presión para que quepa y luego no hay forma humana de encontrar nada. Pero de verdad. Ni  boli para escribir lo que sea, ni las llaves, ni el móvil... ni siquiera el libro. Es decir, que si quiero leer en el rato del bus tengo que sacar entre  un pasajero y otro el tupper de la comida, los calcetines del gimnasio, los tampones... El día que salió entre todo eso una cuchilla de afeitar para depilaciones de urgencia pre-clases-de-zumba la cosa ya se puso pelín tensa porque la gente me tomó por una terrorista con intenciones poco claras.

Total, que desde entonces lo que hago es no leer en el bus para no crear situaciones polémicas. Y mientras me aburro en el trayecto me da por pensar que mi vida es un poco como mi bolso, un maremagnum en el que todo está metido a presión. Cualquier cosa que necesites es difícil de encontrar y crea un caos gigantesco al sacarla, por lo que al final intentas remover lo mínimo posible, claro, porque pa'qué.

Y vosotros pesaréis: pues deja cosas en casa, suelta lastre. Ya, ¿pero qué? Real y metafóricamente hablando, ¿qué saco de mi bolso?