martes, 30 de mayo de 2017

Vivir sin pensar

Por una movida laboral cero interesante, el otro día me vi en la obligación de describirme con cuatro palabras, dos buenas y dos malas. Para afinar el tiro y asegurarme de que acertaba, hice una encuesta entre mis más allegados para que ellos, que son los que mejor me conocen (seguramente mejor que yo misma), me dieran su opinión sobre los cuatro adjetivos que más me definen. Pensé que los resultados serían dispares y que tendría que decidir entre varias opciones, pero me equivoqué. Hubo bastante consenso. La mayoría de ellos estaban de acuerdo en que uno de mis  peores defectos es que pienso demasiado. ¡Toma ya! Ahí lo llevas.

Estoy de acuerdo en que le doy muchas (demasiadas) vueltas al coco y que la tira de veces soy mi peor enemiga. En mi cabeza me imagino siempre los escenarios más horrorosos, las condiciones más adversas y las consecuencias más terribles. Después, esos apocalípticos temores unas veces se cumplen y otras no y cuando pasa lo segundo siempre pienso que ha sido una tontada darme tanto mal. Reconozco que creer que más allá del horizonte hay dragones y mazmorras puede hacerme dudar demasiado, incluso paralizarme en alguna ocasión. Sin embargo, también pienso que esa forma de afrontar el futuro me prepara para lo que venga.

Quiero decir... Que si te esperas lo peor, diseñas tus defensas para hacer frente a lo peor (en la medida de lo posible). Buscas soluciones (en la medida de lo posible) para lo que pudiera surgir. Piensas planes B (en la medida de lo posible) para cuando los planes A fallen. Es una forma de adelantar trabajo para cuando vengan mal dadas e intentar optimizar los resultados. En la medida de lo posible, digo. ¿Qué la mayoría de las veces no sirve para nada tanta preparación? Cierto. Pero qué menos que intentarlo, ¿no?

Lo pensaba el otro día viendo a gente que es totalmente lo contrario a esto. Que actúan y luego piensan. Hasta niveles insospechados. Y para muestra un botón.

A una chica de mi gimnasio se le atascó la semana pasada el candado de la taquilla y no podía sacar sus cosas para irse a casa: su móvil, las llaves de su piso, las del coche... Ni corta ni perezosa, sin pedir ayuda ni consejo a otros para solucionar su problema, cortó por lo sano: rompió el candado. No le costó ni un minuto tomar esa decisión. Y no fue hasta después de hacerlo que reparó en el quid de la cuestión: una vez recuperados los enseres que le interesaban, ¿cómo cerraría de nuevo para dejar dentro del armario los que no quería llevarse? Porque ya no tenía ningún candado con el que asegurar el cierre...

Ella ni se lo había planteado. No es que pensara "da igual, me lo llevo todo, ya lo traeré" o "¡bah! Lo que dejo no tiene ningún valor, da lo mismo si no cierro la taquilla y desaparece". Simplemente no fue más allá de su problema. Vio una dificultad y la solucionó, sin reparar ni un segundo si su acción tenía algún tipo de consecuencia.

Lo que me alucina de esto es que estoy segura de que esta chica reacciona así en otros momentos y aspectos de su vida (no sólo en tontadas como la que os cuento). Es su forma de ser. Fijo que hará cosas parecidas en el trabajo, en los estudios, en el amor... Y seguramente le va bien. Al menos igual de bien que  me va a mi, que le doy mil vueltas a todo, intentando prever y evitar los problemas. Sólo que ella se quita las comeduras de tarro. Y eso que tiene adelantado...

No sé, estaría bien poder parar de vez en cuando este torbellino que tengo por cerebro y vivir sin pensar. O sin pensar demasiado. Quién sabe. Igual hasta me terminaba gustando.

sábado, 27 de mayo de 2017

Bienvenido, verano

Bueno, pues ya está aquí, ha llegado y ha venido para quedarse.

Ya es verano.

Yo lo he notado un poco porque el 90% de los termómetros de SpeedyTown están rotos. Claro, una oscilación térmica de más de 20 grados de un día para otro vuelve loco a cualquiera, más si eres el responsable directo de comunicar la temperatura. Los meteorólogos de la tele mantienen la cordura porque están duramente entrenados para la tarea, si no de qué.

Pero vamos, que eso de que sobre el asfalto se puedan freír huevos sin problemas ha sido sólo una pistilla, no lo más importante para darme cuenta de la llegada del estío. Los signos oficiales del cambio de estación son mucho menos científicos pero, sin duda, incontestables:

-Ya tengo en los pies la marca de las sandalias. La marca de bronceado, no ampollas (que TAMBIÉN, POR SUPUESTO, pero de eso ya hablaremos) Cómo se me han puesto morenos en un sólo día (en realidad unas pocas horas) en el que he llevado descubiertos los pinreles es para mi un misterio, pero ahí están las marcas. Los hechos hablan por sí mismos.

-No tengo calzado que ponerme. Con el de invierno me cuezo y todo el de verano está destrozado de la temporada anterior. Destrozado nivel IMPRACTICABLE, imposible de usar. Como para mí es una tortura comprarme zapatos porque todos me hacen daño, siempre hago la misma gracia: acabo como puedo los días de calor con unas sandalias que da pena verlas de lo estropeadas que están, cierro el armario y pienso que calzarse el próximo verano será problema de la Speedy del futuro. Y ahora la Speedy del presente, es decir la menda lerenda, se está cagando en todo lo cagable (en especial en la Speedy del pasado) por tener que andar con botas altas a 40 grados.

-Voy despeinada siempre. Dado el calor sofocante, mis incontables duchas después de gimnasio, curro y demás y la despiadada presión de SpeedyMum (inasequible al desaliento) para que me cortara el pelo, me lo he cortado. Eso significa que no tengo melena suficiente para hacerme el único peinado mágico que había aprendido hacer para no llevar permanentemente pelos de loca. ¿Resultado? Parezco una majara. Siempre. Las 24 horas del día. Qué tortura tengo con este caos que me crece de a cabeza, de verdad.

-Mi nevera está tan distinta que parece que ha pasado por algún programa tipo Cámbiame. Han desaparecido los hits de mis comidas invernales para dejar paso a todo tipo de frutas, zumos, ensaladas y vegetales imaginables. Bueno, y gazpacho, claro. Sobre todo gazpacho.




-He tenido que dejar mi saludable y recientemente adquirida costumbre de leer las etiquetas de los alimentos que como. ¿Por qué? Porque he oído rumores de que los helados y granizados tienen como un mil por ciento de azúcares y que eso debe de ser malo para la salud y tal. Y yo no puedo soportar estas temperaturas sin refuerzos. No puedo. Así que oye, ojos que no ven, corazón que no siente.

Por lo demás...

Bienvenido, verano. Pasa y ponte cómodo. Te estábamos esperando. Por lo menos yo.

martes, 23 de mayo de 2017

Cierro el chiringuito

Bueno, amigos, llegó el momento. Se acabó lo que se daba. He aguantado todo lo humanamente posible pero ya no puedo más. Cierro mi chiringuito de ligoteo digital. Aaaaaaaaaaaaaadiós.

Mi Cupidito de la Guarda ya puede volver a descansar tranquilo, que por aquí hay una que se raja. Ya está bien. He resistido como una leona para que no se diga que no lo he intentado, pero todo el mundo tiene un límite y yo he llegado al mío. ¡QUÉ HORROR!

Para mí ha sido un horror, vaya. Debe de ser cosa mía, porque a los demás les funciona a las mil maravillas, así que seré yo, que no me adapto al medio, que no confío en sus posibilidades, que no se me da bien o vaya usted a saber, pero hijos míos, a riesgo de ser reiterativa, ¡qué horror!

Me he encontrado de todo. De to-do. Como sois personas ocupadas  y no tenéis todo el día para leer chorradas, os lo resumiré es las tipologías más frecuentes:

-Los que no sé qué idioma hablan, pero el mío no. Tengo habilidad con las palabras, pero sin un mínimo de signos de puntuación, haches, bes y uves en su sitio, no hay forma de mantener una conversación. Y si no sabes el significado de términos simples ni datos básicos de cultura general, tampoco.

-Los cagaprisas nivel pro. Cada uno lleva su ritmo, está claro, pero hay por ahí cada aprendiz de Flash que ¡jodo! Igual es que el mundo se acaba mañana y yo no me he enterado.

-Los secuestrados por la mafia rusia. Hablas con ellos una vez y desaparecen. Hablas con ellos muchas veces y nunca más se supo. Tomáis un café que va bien (o eso crees) y se esfuman. Sin una explicación ni media, claro, es información clasificada. Hay qué ver la de espías secretos en misión especial que hay por las procelosas aguas interneteras, oye. Quién lo habría dicho.

-Los sí, pero no. ¿No quieres quedar? Guay. ¿Quieres que quedemos? Estupendo. Las dos cosas me parecen bien, pero DECÍDETE. La vida moderna es complicada y surgen imprevistos, pero quedar y cancelarlo más de dos veces seguidas muestra un patrón. El patrón conocido con el nombre científico "no sabes por donde te da el aire". Que no pasa nada, ¿eh? A todos nos ha ocurrido alguna vez. Pero déjame al margen mientras te aclaras, anda.

Podría seguir pero ya os hacéis una idea, ¿no? Como para no cerrar el chiringuito...

jueves, 18 de mayo de 2017

Colabora, coño

Llevo una semanita que para qué os voy a contar. Hartita me tiene más de uno. Los que no cumplen sus compromisos. Los que le echan morro. Los que sólo se preocupan de ellos mismos. Los culocagados. Los creídos. La gente más pesada que matar un cerdo a besos. Iba a intentar explicarlo pero me he encontrado esto por casualidad y una imagen vale más que mil palabras.




Pues eso.

sábado, 13 de mayo de 2017

El Efecto Cuchara

De mi último curro aún no he hablado por aquí porque tiene tela. Ya os contaré los detalles un día que tenga más tiempo. Hoy me voy a centrar en un fenómeno paranormal que se da en mi entorno de trabajo y que a mi me deja flipada. Lo llamaré el Efecto Cuchara.

A ver si consigo dar tres pinceladas para que cojáis el hilo sin soltaros una chapa.

-Mi centro laboral es un caos, porque desde allí se llevan muchos asuntos que implican a una gran cantidad de personas, la mayoría de los cuales son (para mas inri) despistados hasta la exasperación. Esto quiere decir que hay que acordarse de muchos (muchísimos) pitos y además estar al loro de que el que sea no te la líe en el momento menos pensado. Hay estrés, hay tensión y hay mogollón de imprevistos. El ambiente viene a parecerse un poco al barullo de un parquet de bolsa en hora punta, pero con asuntos superheroicos. Tal que así:
Lo del terremoto de China de mañana lo tienes controlado, ¿no? Pues acuérdate que la semana que viene tienes lo del tsunami de Japón, pero que no contarás para ir hasta allí con la nave de supervelocidad porque SpiderMan no te la ha devuelto aún (a pesar de que dijo que lo haría). Y llama a Batman y la Masa para recordárselo Y no salgáis muy pronto, que como no les gusta madrugar, igual perdéis el avión. Casi mejor llámales también a la hora que tengan que levantarse, no sea que se queden dormidos ¡Ah! Y ya sabes que el martes hay reunión, el miércoles convención y el jueves encuentro, pero el salón de actos puede que esté libre o puede que no. No lo sabré hasta el mismo día así que organízate como puedas. Y si al final se quedan 200 superhéroes acreditados compuestos y sin asiento, la vida es así, no la he inventado yo.

-Yo me dedico a unas cuantas tareas específicas que son MIS tareas. Nadie me ayuda en ellas. A la vez intento estar atenta a todo y enterarme de lo que se cuece por si hay que echar una mano para que todo vaya rodado, pero NO es mi obligación, es algo que hago extra. Y no soy omnisciente ni todopoderosa. Sin embargo, misteriosamente, se me piden explicaciones de todo como si todo fuera cosa mía. TO-DO
¿Hay patatas fritas en la despensa para la quedada-aperitivo de superhéroes? Los supertrajes tienen que estar planchados para antes del lunes a primera hora. ¿Que llueve? Hoy no me viene bien que llueva, no he traído paraguas. Haz que salga el Sol. 

- Pero lo más misterioso del tema es que se me piden explicaciones sobre el trabajo de los demás, a pesar de que yo no tengo NINGÚN tipo de autoridad sobre ellos. De hecho, tristemente, a mi la mayoría de la gente me toma por el pito del sereno. Laboralmente soy una cuchara porque ni pincho ni corto. Pero aún así tengo que responder sobre las tareas de otros que están sin hacer. ¿Y a mi qué me cuentas? Ya puedo decir yo lo que quiera que ellos harán lo que les de la gana.




Misterios sin resolver, que diría Iker Jiménez.

lunes, 8 de mayo de 2017

Sin lentillas desde ni se sabe

Una cosa os voy a decir, no os llaméis a engaño: cuando te gusta alguien, LO SABES. Cuando te gusta de verdad, digo, no en plan "me hace gracia", "es majete", "no está mal", "no tengo otra cosa mejor que hacer". ¡Cómo no te vas a enterar cuando llega alguien que te vuelve del revés! Te enteras. Ya te digo yo que te enteras.

Y sé bien de lo que hablo porque yo estoy "del derecho" desde ni se sabe. El otro día pensaba desde cuando y no me lo creía ni yo, así que entiendo perfectamente que nadie se lo trague, pero lo cierto es que hace la tira. Y así me pasa lo que me pasa, claro.



Que como no hay con nadie lo que tiene que haber, me cuesta distinguir qué tengo entre manos. Sé que no es lo que debería porque no hay suficiente, pero la pregunta es: ¿hay lo bastante para que se pueda aprovechar algo? ¿Hay bastante para una conversación, para una copa, para una juerga? ¿Hay bastante para unos mimos, para unos besos? ¿Hay bastante para un poquito más?

La parte consciente de mi cerebro nunca termina de tener claros estos matices, pero, por suerte, el inconsciente es sabio y me manda señales en forma de comportamiento reflejo: el grado de esfuerzo aplicado al acicalamiento pre-cita. Para que os hagáis una idea, el nivel máximo es un completo de "pinturas de guerra-peinado de pelo suelto con plancha-tacones-ropa de estreno-lentillas". De ahí para abajo los niveles son estos:

-Un completo sin lentillas. La cosa pinta muy bien, Puede incluso que mi intención fuera un completo total, pero que no me haya dado tiempo porque a veces los ojos se me sublevan y me pego dos horas para colocármelas. En todo caso, para mi las lentillas son un esfuerzo casi sobrehumano, no le pidamos peras al olmo tampoco.

-Que aparezca peinada, pintada, con tacones y ropa nueva es también buena señal por una cosa muy absurda que no debería confesar aquí pero que voy a largar igual, porque de perdidos al río. Tengo la absurdísima creencia que cada vez que estreno algo puedo pedir un deseo. Soy idiota, ya lo sé, pero alguien me lo debió de decir de pequeña y lo tengo grabado a fuego en la cabeza. Así que si cuando quedamos estreno algo, lo más probable es que el deseo tenga que ver contigo. Y casi seguro que no he pedido que desaparezcas.

-Que llegue maquillada y con el pelo suelto mínimamente ordenado implica, entre pitos y flautas, una inversión de dos horas de mi escaso tiempo libre. Dudo mucho que el que haya quedado conmigo haya gastado 120 minutos de su tiempo en nada que tenga que ver con la menda lerenda. Y ya sé que los que vais peinados todos los días no lo veis un esfuerzo tan grande, pero yo soy del club de la Coleta de Caballo Perpetua y ahora la melena me llega casi hasta la cintura, lo que convierte mi relación con la plancha en una tortura total. Pido un poquito de comprensión.

-Que llegue con la cara lavada (y ya) no augura nada bueno. Mis propósitos de Año Nuevo los tengo pelín descuidados y este de pintarme todos los días lo habré cumplido el primer mes (tirando por lo alto). Pero si antes de la quedada no me apetece ni desenfundar la máscara de pestañas, mal vamos...

Dicho lo cual: Sabéis desde cuándo no me pongo lentillas, ¿no? 

Desde ni se sabe.

sábado, 6 de mayo de 2017

Shortchanged

Hay palabras que no existen en español pero que son tan buenas que deberían existir. Una es, desde luego, el patata oficial que aprendí en lengua de signos y que ya os he contado por aquí. Otra gran palabra es shortchanged. Literalmente significa que te dan mal el cambio cuando compras algo y te devuelven menos de lo correcto. Metafóricamente se usa para expresar esa sensación de que la gente coja más de lo que da, que en una relación, de cualquier tipo, uno ponga mucho y el otro nada o menos de lo que debería. Eso que pasa tan a menudo en la vida. Por lo menos a mi.

Y que es que yo no se si gané algún tipo de sorteo en una vida anterior o qué, pero en ésta me ha tocado ser el pito del sereno. Al parecer, todo el mundo se cree con derecho a darme duros a cuatro pesetas. A timarme. A tangarme. A estafarme. A quedarse con todo lo que ellos quieran sin dar nada.

¿Sabéis eso que nos ha pasado a todos alguna vez de salir de terrazas con un grupo, poner de bote 10 euros cada uno para pagar las cañas de todos y que siempre haya el típico que desaparece a la hora de apoquinar la pasta y luego bebe como el que más? Pues así me siento en mi vida, sólo que la única que pone bote soy yo.

Speedy paga y beben todos.

¡¡SALUD!!