jueves, 27 de enero de 2011

El amor es un agote

Cuando es invierno en el mar del Norte
es verano en Valparaíso.
Los barcos hacen sonar sus sirenas al entrar en el
puerto de Bremen con jirones de niebla y de hielo
en sus cabos,
mientras los balandros soleados arrastran por la superficie del Pacífico Sur
bellas bañistas.

Eso sucede en el mismo tiempo,
pero jamás en el mismo día.

Porque cuando es de día en el mar del Norte
—brumas y sombras absorbiendo restos de sucia luz—
es de noche en Valparaíso
-rutilantes estrellas lanzando agudos dardos a las olas dormidas.

Cómo dudar que nos quisimos,
que me seguía tu pensamiento
y mi voz te buscaba -detrás,
muy cerca, iba mi boca.
Nos quisimos, es cierto, y yo sé cuánto:
primaveras, veranos, soles, lunas.

Pero jamás en el mismo día


Vamos, que esto del amor es un agote: o no encuentras a la persona adecuada, o no terminas de cuadrar con ella o no es el momento adecuado para alguno de los dos. Lo que viene siendo un agote total. Pero qué bien lo cuentas, Ángel, hijo mío, qué envidia...

lunes, 24 de enero de 2011

Me gusta que hablen de mí, a mis espaldas

Ya sé que dicho así suena fatal, pero lo voy a explicar. Me encanta sorprender a dos personas que están hablando de mí de forma positiva sin que sepan que les escucho. Pasa poco porque, tristemente, lo más frecuente es que el común de los mortales hablemos para criticar, porque así nos desahogamos, nos divertimos o nos vengamos. Pero en rarísimas ocasiones ocurre que dos, quienes sean, comentan lo bien que les cae Fulanita o lo mucho que les gusta como escribe o como viste. Y es genial. Porque hay muchas posibilidades de que sea verdad, cosa que no ocurre con los piropos corrientes. Y ojo, no me entendáis mal, que a mí los halagos me gustan como a la que más. De hecho, cuando sea presidenta, va a ser obligatorio por ley que cada persona diga al menos dos piropos al día. A quien ellos elijan, pero a alguien. Eso nos subiría un poco la autoestima a todos y mejoraría el humor de la población en general, que buena falta nos hace. Igual hasta los meto en la seguridad social, porque estoy convencida de que los piropos son buenos para la salud, no os digo más... El único fallo de los halagos que se dicen a la cara es que son chulos, pero la mayoría de las veces ficticios. Hay veces que se dicen para cerrar un buen negocio, para vender algo o porque interesa caer bien a alguien por alguna razón. Esto lo sabe bien más de un jefe cabr*n de los que andan sueltos por ahí. También hay personas que siempre dicen cosas buenas sólo por ser amables. Si nos dieran a todos un céntimo por cada vez que hemos dicho "¡Qué majo es tu nuevo novio/a!" estando seguros de que era un imbécil (como tristemente suele demostrarse poco tiempo después) ya estaríamos todos en el Caribe, con Curro, disfrutando de nuestra feliz vida de millonarios. Esos piropos molan, se agradecen, pero no "valen". Para mí "valen" los que se dicen pensando que no te oye la persona a los que van dirigidos, porque suelen ser verdad. Por eso cuando te toca la lotería de escuchar uno de estos por casualidad, te llegan mucho más dentro. Estas son algunas de las cosas que me gustaría que dijeran de mí, a mis espaldas: -Que al chico que me gusta se le ilumina la mirada cuando me ve llegar. -Que tengo una bonita voz. -Que soy espabilada. Inteligente también me vale... pero mejor espabilada, que es una capacidad más multitarea. Para arreglar el telescopio Titan ya hay muchos en la Nasa, ¿no? -Que se me da bien escuchar -Que cuento las cosas bien. Profesionalmente, en el blog... o contando el último capítulo de mi serie favorita. La vida, con alguien al lado que te la cuente bien, es un poco menos gris. -Que les hago reír. -Que se puede confiar en mí. No sé cuántas de éstas cumplo como para que lo vayan diciendo a mis espaldas... pero espero que algún día pueda decir que muchas. ¿Y vosotros? ¿Qué os gustaría oír que van diciendo por detrás de vosotros?

jueves, 20 de enero de 2011

Juergas varias, asignatura troncal obligatoria

Ya os he contado que los años que viví en Capilandia haciendo los estudios de contadora de cosas fueron tremendamente duros. La asignatura troncal obligatoria que más créditos tenía era, sin duda, la de Juergas Varias. Allí se salía los miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos... y cuando se terciara. Y no sé qué pasaba que a mí siempre me pillaba en medio. Lo que son las cosas, oye...

Total, que me convertí en toda una experta en noches juerguiles. Pero, eh, eh, no penséis mal, que yo iba de observadora internacional, para documentarme y poder hacer ahora posts como éste. Los bebercios, bailoteos y tonteos que ocurrieran mientras tanto eran gajes del oficio, nada más. Y no os creáis, que ya sólo observar el panorama de los bares era la monda. Yo me partía.

Más que nada porque en Capilandia salen muchos más grupos de chicos de caza (a la busca y captura de un ligue) que en Speedytown, o por lo menos cunden mucho más. Y además yo iba con un grupo sólo de chicas en el que había dos torres americanas con tipazo de modelos que no pasaban precisamente desapercibidas. Esa peligrosa combinación daba como resultado que las noches se convirtieran en un desfile continuo de bandadas de tíos que pasaban por turnos a intentar conquistar el corazón (u otras partes del cuerpo) de las dos torres americanas de mi grupo. Y claro, cuando las torres americanas no estaban por la labor o el alcohol hacía estragos, se daban las situaciones más surrealistas.

Para empezar eran muy malas con los nombres, así que aprovechando el ruido y la confusión, llamaban a los chicos por el primer apodo que se les ocurría al verles. Lo que daba lugar a conversaciones tal que así:

-Hombre, pues al final el Mangas Pesqueras es majo...
-Sí, ya, pero es que va todo el tiempo con El Cadenas que es un pelma...
-¿Pero El Cadenas no es con el que se está liando T?
-Noooooo, ese es su primo El cadenas 2.
-Ah, es verdad.

O provocaba huidas desesperadas cuando la cosa iba mal...

¡¡¡¡Corre que viene el Ojo, que viene El Ojoooooooooo!!!!

O a situaciones para las que no tengo calificativo:

Se acerca a Torre Americana 1 el chico número tropecientos que quiere conquistar su corazón esa noche. El pobre chaval NO puede saber que Torre Americana 1 no tiene el horno para bollos, que ya está harta del tema y que lleva una tajada como un piano. Así que con su mejor intención le pregunta.

-Hola guapa, ¿cómo te llamas?

A lo que Torre Americana 1 le contesta con el grito más fuerte que he oído salir de un cuerpo humano
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡TORRE AMERICANAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Os lo digo en serio, nunca habéis escuchado un alarido semejante. Se oyó por encima de la ensordecedora música del bar. Se oyó en la otra punta de Capilandia y creo que provocó lesiones auditivas en algunos habitantes de otros planetas del sistema solar. Y Torre Americana 1 ni cambió la cara. Cuando consiguió salir de su asombro y reaccionar, el pobre chico aspirante a conquistador se dio media vuelta y se fue sin rechistar y sin mediar palabra. Yo no daba crédito a lo que acabábamos de vivir.

-Pero Torre Americana 1, ¿qué te ha pasado?, si siempre eres super amable y paciente...

-No sé, me he vuelto loca...

Lo que sí que comprobaba en cada una de esas sesiones juerguiles es que, al lado de las dos torres americanas, yo desarrollaba el superpoder de la invisibilidad. Ningún chico parecía verme hasta que soltaba alguna de mis tontadas. Qué cosas, cuando no estoy con las torres americanas pierdo ese superpoder... ¿por qué será?


Post-Post: Ya sé lo que está pensando el 90% de los lectores masculinos y NO, no os voy a dar el teléfono de las Torres Americanas... Os lo digo desde ya.

martes, 18 de enero de 2011

Un año sin ti

Hace ya 12 meses que no estás. Cómo pasa el tiempo. No me parece que hace tanto que no te veo. Será que me acuerdo mucho de ti. Y son curiosas las cosas que recuerdo.

Me acuerdo de todo lo que sabías y de que todos en casa te utilizábamos de enciclopedia humana (“¿qué afluentes importantes tiene este río?” “¿En qué año cayó la primera república?”) pero me acuerdo más de los juegos que te inventabas para que nos aprendiéramos las provincias españolas, de esos minipuntos que se ganaban cada tres aciertos y de ese mapa mudo de España que, contra todo pronóstico, convertías en la diversión de las tardes de verano.

Me acuerdo de tus férreas ideas políticas, de tus sólidas convicciones religiosas, pero me acuerdo más de tu tolerancia hacia todos los puntos de vista, de tu respeto a los demás y del humor con el que te tomabas que “me haya salido una hija más roja que el puño de Lenin”.

Me acuerdo de tu interés por todo lo nuestro, pero me acuerdo aún más de que fuiste mi crítico más constructivo (y más feroz) en mis primeros trabajos estudiantiles como contadora de cosas (“¿No te parece que sobra esta palabra?” “¿Y esto mejor que esto otro?”) No olvidaré que tú me diste la idea para mi primera labor medio seria de contadora y que me acompañaste. Cuando volvimos le dijiste a todo el mundo: “Yo como estoy tan sordo no he oído nada, pero lo ha hecho muy bien porque ha estado muy simpática”. No sé si eras un juez muy imparcial...

Me acuerdo de tus inquietudes, de tu curiosidad inagotable por todo, de tus continuas ganas de aprender. Pero me acuerdo sobre todo de tu empeño por adaptarte a los nuevos tiempos (“Si abro el cacharro ese del ordenador que tiene la W y me sale un cuadro gris en medio, le doy al aspa para cerrar, ¿no?”. “Depende de lo que diga.” “Ni idea, está en inglés”)

Me acuerdo de todo lo que jugaste con tus nietos, pero aún recuerdo más que te quedaban fuerzas para hacer lo mismo con tus cuatro bisnietos. Que a tus 86 años te pusieras a cuatro patas para hacer el gato y así conseguir que J dejara de llorar sólo me merece un comentario de dos palabras: IM-PRESIONANTE.

El de este año ha sido mi primer cumple en el que no he recibido una preciosa postal tuya. Y estas navidades han sido las primeras en las que no has castigado a los vecinos con tu estruendoso repertorio de villancicos. intensificados con tu potente voz y tu sordera. Hablamos tanto de ti que parece que no te has ido. Pero aún así, cómo se te echa de menos abuelo.

sábado, 15 de enero de 2011

La dura vida del aspirante a contador de cosas

Los años que viví en Capilandia aprendiendo a contar cosas fueron una juerga continua, para que os voy a engañar. Estudiar, estudié lo justo y necesario, la verdad. Eso sí, horas extras de situaciones surrealistas, viajes, risas, experiencias, fiestas y demás formación complementaria, hice un montón, para compensar.

Pero oye, que aunque reconozco que el gen fiestero es fuerte en mí (como la Fuerza en Luke SkyWalker) y hace falta muy poco para convencerme de que me apunte a una buena juerga, también es verdad que el ambiente en Capilandia no ayudaba nada al estudio.

Para empezar, los aprendices de contadores de cosas de primero no íbamos a clase los viernes en un ejercicio de L'Oréalismo, es decir, porque nosotros lo valíamos. Nuestro horario eran de lunes a jueves, así que teníamos puentes de tres días todas las semanas. TODAS. Si me pasara ahora algo parecido lloraría de alegría, pero entonces me parecía lo más normal, ya os podéis imaginar lo dura que era mi vida en esos tiempos. Como los condenados a las galeras, vamos.

Teniendo fines de semana de tres días, la fabricación de acueductos de semana y pico era coser y cantar, claro. ¿Que es festivo el miércoles? Pues vamos a clase hasta el martes y gracias. ¿Qué son fiestas en Speedytown? Pues se celebra la Semana Internacional sin Speedy en los estudios de contadora, porque a clase iba a ir Rita the Singer, por supuesto. ¿Que ya tenemos puente de la Constitución largo porque ha tocado así en el calendario? Pues lo alargamos un par de días más, que los viajes son muy cansados.

En fin, ya lo veis, un sufrimiento continuo. Y los días que íbamos a clase tres cuartos de lo mismo. Del centro de estudios de los contadores de cosas se decía que era la única cafetería con cuatro pisos de aulas encima. Vamos, que tuvieron que poner sillas de metal ancladas al suelo (como las de los Mc Donalds) para intentar limitar la participación y la duración de las timbas de cartas que se organizaban, no os digo más. De todas maneras, sólo consiguieron trasladarlas de lugar, porque yo he visto a gente jugar a Burro (¡¡¡¡¡ A BURRO!!!!!) en la última fila de algún aula, mientras se estaba impartiendo clase, por supuesto. Que como eran aulas grandísimas a lo mejor el profesor ni les veía, pero era imposible no oír al primero que ponía la mano en medio porque hacía burro. Imposible.

A todo esto no se salía de juerga el fin de semana solo, of course. Las quedadas empezaban el miércoles y se sucedían en progresión ascendente hasta el lunes. Vamos, que cada noche llegabas más tarde a casa (o más pronto por la mañana, según se mire). Pero bueno, no os creáis que soy una fiestera sin remedio, porque yo, saliera hasta la hora que saliera, si había clase al día siguiente, yo iba. No sé en qué condiciones físicas y mentales, pero de cuerpo presente estaba en el aula. Por entonces tenía la capacidad de aguantar horas ilimitadas sin dormir. Ahora he perdido ese super poder. ¿Qué habrá pasado?

jueves, 13 de enero de 2011

Qué se puede esperar de un día que empieza por tener que levantarse

7.45 Suena el despertador. No puede ser verdad

7.46 En ciendo la radio y hablan de no sé qué catástrofe en no sé dónde. ¡¡¡¡Por favor, que no sea en mi zona asignada, que no sea en mi zona!!!!!

8.00 (Sí, tardo un cuarto de hora en salir de la cama, y eso en los días buenos, mi supervelocidad está bajo mínimos a primera hora del día) Me arrastro hasta la ducha con un ojo medio abierto y otro cerrado, me doy un golpe al salir y casi me rompo un dedo. Normallllllll

8.20 Enciendo la plancha para intentar dominar los pelos de loca que se me ponen en los día de odiosa niebla. Después de 10 minutos aún no está caliente.

8.25 Me quemo con la plancha. Hombre, cómo no...

8.35 Pierdo el autobús. DOS VECES. El primero se me escapa por poco y el segundo va tan lleno que no para. En la parada se hacinan ya una docena de personas al borde del ataque de nervios porque llegan tarde a trabajar. Se está fraguando una revolución y su cabecilla es una mujer embarazadísima con una enoooooorme barriga de al menos 7 meses. "A la próxima me voy a tumbar en medio de la calle para obligar al autobús a parar". Se masca la tragedia, al final voy a tener que usar mis superpoderes para evitar víctimas mortales.

9.00 Llego a mi intercambiador. Está vacío, así que está claro que he perdido el siguiente bus que necesito coger para llegar a mi destino. Me tengo que informar, porque si hay algún récord guiness de pérdida consecutiva de autobuses, lo estoy pulverizando.

9.15 En el bus al que por fin he conseguido subirme viaja el 95% de la población de Speedytown. La señora de atrás, creo que involuntariamente, me está haciendo un reconocimiento táctil completo. Le voy a pedir que le pase los resultados a mi médico de cabecera, que dudo que en mi historial tenga datos tan completos.

9.17 Se me acaban las pilas del MP3, pero no hay problema porque oigo perfectamente lo que está escuchando la chica que viaja a mi lado. ¿Eso son gritos humanos?

9.25 De verdad, señor, no siga empujándome, que no hay sitio material. Si tuviera el superpoder de desintegrarme lo emplearía, pero lo mío es la velocidad. VE-LO-CI-DAD

9.30 Veo pasar el tercer autobus que tendría que coger y por fin acepto mi destino y entiendo el mensaje que quiere mandarme la vida. Que sí, que sí, venga, que voy andando, que es más sano.

9.45 Llego a trabajar, media hora tarde, y ya me esperan allí tres super-marrones laborales recién saliditos del horno. ¡Va a ser un gran día, lo presiento!

sábado, 8 de enero de 2011

Ha sido la señorita Amapola, en la biblioteca con el candelabro

Me encantan los juegos de mesa. Me parecen una de las maneras más entretenidas de pasar una tarde, un fin de semana en el campo e incluso una reunión familiar. Son una forma genial de estar con los amigos de toda la vida y un sistema estupendo para conocer gente nueva. Garantizan risas a cascoporro y mil anécdotas divertidas. Soy fan de los juegos de mesa, son guays. En general me gustan todos, aunque hay tres que me parecen las joya de la corona: el Trivial, el Cluedo y el Tabú.

El Trivial me parece tan completo que lo pondría como prueba obligatoria en las oposiciones para cualquier cargo público. De hecho, yo lo pondría como requisito indispensable para presentarse a la presidencia el gobierno español. Mucho me temo que la mayoría de presidentes que hemos tenido no eran precisamente de los que conseguían todos los quesitos del tablero en pocas tiradas. Y menos todavía de los que superaban la ronda relámpago en la que hay que acertar cuatro de las cinco preguntas de una tarjeta para convertirse en ganador total.

El Tabú es otro gran juego, porque además de las risas que provoca, permite conocer realmente a las personas. Si no eres capaz de evitar las cinco palabras de la tarjeta es que la presión te puede, así que las situaciones límite no son precisamente tu especialidad. Y precisamente esa presión es la que retrata a los jugadores, que no pueden ocultar sus desconexiones neuronales...

-(El que tiene que conseguir que adivinen) Donde se tienen ladillas.
-(Una de las que adivina) El chichi
-Más o menos eso, pero de él (mirando a otro de los jugadores)
-(Otra de las que adivina) ¿El chichi de Pepe? Pues su novia, ¡yo!
-Noooooooo, en generaallll, lo que tienen ahí los que no son mujeres.
-Ah, el pene.
-Pero todo en conjunto.
-Coj*nes.
-Vale, otra manera de decir eso, pero coloquialmente.
-Huevos, cataplines, bolas, pilila, picha, breva, colita...
-A ver, no, es una palabra que se emplea también para Correos... Tú mandas un ... por correo.
-¿E-mail?
-¡¡¡¡Nooooooooo, correo postal!!!!! Que la misma palabra también se usa para decir que alguien es muy malo es algún deporte. Se dice, ese tío es un ... jugando a fútbol.
-¿Manta?
-Vale, para el reloj, yo así no juego... ¡En mi equipo no hay más que paquetes!

Y si no quedan claras las desconexiones neuronales, salen a relucir las verdades verdaderas.

-(La que tiene que conseguir que adivinen, Amiga 1) Lo que es Diego
-(Una de las que adivinan, Amiga 2) Imbécil, idiota, estúpido...
-No, hombre, los domingos.
-Ah, carnicero.

(Las vueltas que da la vida. Aunque en aquel momento le odiaba, ahora Amiga 2 se va a casar con Diego. Creo que tienen miedo a pedirme que hable en el brindis de la boda por si se me ocurre hacer la gracia contando esta bonita anécdota. ¡Qué mal pensados! ¿Cómo voy a hacer eso? Sólo va a ser el tema estrella de conversación en la mesa en la que me sienten, nada más.)

Otro juego mitiquísimo es el Cluedo. Mi mejor campo de adiestramiento para el reconocimiento y localización de supervillanos. ¡Qué grandes tardes de investigaciones he pasado! Qué armas tengo yo, cuáles les han tocado a los demás, qué habitación no ha podido ser la escena del crimen, qué deducciones puedo sacar de las pistas, quién miente... ¡me encanta! Sin olvidar las grandes frases que se dicen en este juego y que sería genial decir en la vida real: "Acuso a la Señorita Amapola, que ha cometido el asesinato en la biblioteca, con el candelabro". Ahora ningún supervillano de los que yo persigo usa armas tan chulas como un candelabro...

Con las mentes privilegiadamente creativas (y pelín locatis) que tenéis muchos de los que pasáis por aquí, una partida de estos juegos con blogueros iba a ser la caña de España. A ver cuando inventan un Tabú o un Cluedo virtual on line y montamos una timba, ¿vale?

miércoles, 5 de enero de 2011

Operación Fuera Zarrios

Speedymum me dice a menudo que tengo que hacer una profunda revisión de mi armario porque guardo supertrajes de los tiempos de Maricastaña, de cuando todavía no eran resistentes a explosiones, no os digo más. Yo le respondo que es una exagerada, pero aquí, entre nosotros, os confieso que igual algo de razón sí que tiene. Más que nada porque el otro día buscando no sé qué me encontré con cada cosa... ¡madre del amor hermoso! Yo soy muy de guardarlo todo, pero esto pasa de castaño oscuro.

Así que ayer me monté en mi DeLorian, ajusté el condesador de fluzo y viajé a través del tiempo en misión de emergencia para deshacerme de trastos viejos (nombre en clave: Fuera Zarrios). Aunque ya os adelanto que no tuve demasiado éxito.

Primero me encuentro con mi traje de finalistas, la última fiesta del instituto antes de empezar los estudios de contadora de cosas. Por supuesto la chaqueta ya no me cierra y los pantalones no me los consigo subir más allá de los muslos, por no hablar de que la moda ha cambiado ligeramente desde que me lo compré, allá por la Edad de Piedra. Pero me trae tantos recuerdos de amigos, juergas y días felices... Eso sin olvidar la esperanza totalmente irracional de que un día recuperaré la minitalla que usaba en aquellos tiempos. Y lo indulto. Primer error.

Tres perchas más allá me topo con unos pantalones de lana super-abrigados que ni siquiera recuerdo en qué año compré. Cada invierno les voy perdonando la vida porque dan taaaaaaaanto calorcito que son mi apuesta segura en los días de odiosa niebla de Speedytown. Lo que pasa es que como los siga usando me van a terminar dando limosna por la calle porque me van a confundir con una mendiga. Con éstos me mantengo firme y no me dejo llevar por mis emociones, les condeno al exilio permanente de mi armario. Pero claro, me veo obligada a aplicar una moratoria hasta que encuentre en alguna tienda unos pantalones tan abrigados como ellos... una misión que se presenta complicada.

El siguiente hallazgo en mi viaje en el tiempo es un abrigo gris que jubilé porque no cumplía el principal objetivo para el que fue creado: proteger del frío. No abriga, es incómodo y hace muchos años que dejó de estar a la última moda y, sin embargo, es uno de los inquilinos más antiguos de mi armario. Pero es que joooooo, es el que llevaba puesto cuando me dio el primer beso el que durante años consideré el Hombre de mi Vida 1. Ahora, en plena Era post Hombre de mi Vida 2, esto debería haber dejado de ser una razón para conservarlo, pero que queréis que os diga, en el fondo soy una sentimental.

Cuando ya me estoy montando en el DeLorian para volver al presente me tropiezo con el dinosaurio de todas mis posesiones textiles que tiene, de hecho, muchos más años que yo. Es el super traje que Speedymum usaba cuando estaba soltera, mucho antes de imaginarse siquiera que se toparía con Speedydad y se iba a formar una segunda generación de superhéroes. Con eso de que las modas siempre vuelven, lo recuperé un año que se llevaban los estampados y que con él parecía la superheroína más fashion de cualquier operación conjunta. Y así de paso le recordaba a Speedymum que si tamaña reliquia textil había llegado a mis manos, es que no soy la única que no se deshace de los trastos viejos. Vamos, que me viene de familia.

Así las cosas, estos fueron los resultados de la Operación fuera Zarrios:

-Esfuerzo invertido: ni se sabe
-Tiempo dedicado: nada, porque he programado el DeLorian para volver a la misma hora a la que salí.
-Prendas eliminadas: 0

Me veo este verano en la Operación Fuera Zarrios 2. A ver si para entonces soy más eficaz.

lunes, 3 de enero de 2011

Palabrejas de contadora

Ya os he contado por aquí algunos de mis momentazos laborales como contadora de cosas. La Speedyfamily al completo se ríe mucho de mí, porque no terminan de creerse las historietas raras de trabajo que siempre tengo para contar. Mira tú, ni que ellos, que se dedican al negocio familiar de proteger a la Humanidad, tuvieran un empleo tranquilo, normal y sin sobresaltos. Pero en fin, por mucho que me entiendan, no pierden la oportunidad de tomarme el pelo. ¡Faltaría más! Eso es marca de la casa.

Con lo que más se ríen es, desde luego, con mis palabrejas. Los contadores de cosas tenemos una jerga laboral tremendamente peculiar que sólo entendemos nosotros. Posiblemente esto pasa en todas las profesiones, el problema es que la jerga de los contadores la forman palabras polisémicas de la vida diaria, lo que da lugar a un montón de malentendidos. Y como muestra un botón.

Si yo os veo el lunes y os digo que este fin de semana he hecho carreteras, no significa precisamente que haya cogido la apisonadora y el alquitrán y me haya dedicado a aplanar las autopistas de Speedytown. Si os suelto que durante la guardia me han tocado dos muertos no tendrá nada que ver con que un cadáver me haya puesto la mano encima y si os comento que voy a hacer algo del frío, con alcaldes y con gente, no estaré hablando ni de una charla sobre las baja temperaturas, ni de que he inventado una máquina para fabricar una estación del año.

Tampoco os tenéis que preocupar si me oís decirle a un compañero que me meta un golpe, porque estaré pidiéndole un efecto sonoro, no que me dé una bofetada. Tampoco será raro que le pida que me meta dos cortes, que tampoco serán malas contestaciones, sino sonidos.

Si me veis al ordenador y me quejo de que tengo mucho que picar, no es que esté pensando en el pastel de carne que voy a hacer para cenar, sino que tengo muchas páginas que transcribir. Si viendo una noticia del informativo os aseguro que lo que están emitiendo es un pesebre, no tiene nada que ver con el belén de las fiestas navideñas: se trata de un reportaje pagado como publicidad.

Y lá última. Si os digo que he estado en un canutazo no significará que me haya fumado un porro gigante (que ya me imagino que es lo que habrá creído más de un malpensado) sino que he sido uno de los miles de micros, grabadoras y demás aparatejos que veis en los informativos alrededor de Zapatero, algún ministro o Belén Esteban.

Sin duda, esta es la palabra preferida de la Speedyfamily para tomarme el pelo, me la nombran por lo menos dos veces al día cada uno. Speedysister peque llegó hasta a grabarme un CD de canciones chulas que se llamaba "El Canutazo 2010". ¡Serán petardos! Cómo si ellos no tuvieran mucho por lo que callar.